La oferta sonaba casi irreal. La ONU buscaba a alguien con talento para la construcción de cárceles, preferiblemente una mujer, para unirse a su misión en la República Democrática del Congo. ¿Iría?

Olukemi Ibikunle respiró hondo. El trabajo le sentaba de maravilla, pero la alejaría de su familia en Lagos. Entonces, como la planificadora meticulosa que es, la jefa de proyecto de 38 años llamó a casa.

“Hablé con mi marido y me dijo: ‘¿Por qué me lo pides? ¡Ve, ve, ve! ¡Diles que sí!’”. Su entusiasmo la animó. Pero, ¿cómo podría arreglárselas solo?, le preguntó. Sus dos hijos solo tenían siete y diez años. Él replicó con una pregunta cautivadora: “Esos niños de los que hablas… ¿puedes decirme su apellido?”. Ella lo hizo. “Ese es mi nombre”, respondió. “Déjalos conmigo”.

Arquitecta de la dignidad

Corría el año 2020, y Kemi, como la conocen, se había vuelto indispensable en el servicio penitenciario de Nigeria. Cuando el techo de una prisión goteaba, una pared se derrumbaba o había que diseñar un bloque desde cero, la gente la llamaba. En el estado de Lagos, supervisaba cinco centros de detención con casi 9000 detenidos, una hazaña nada desdeñable en un campo aún dominado en su mayoría por hombres.

Su trabajo era muy específico, de esos que aprovechaban las virtudes de la geóloga de formación, una persona práctica y sensata: nada de ventanas de cristal ni lavabos de cerámica que pudieran convertirse en armas; barrotes reforzados para la luz sin riesgo.

“Logramos el equilibrio entre el respeto a la dignidad de las personas y la seguridad”, dice. Incluso en un bloque penitenciario, los baños deben tener privacidad. “Usamos lo que llamamos una ‘puerta enana’: puedo verte los pies y está cubierta hasta el cuello, así que sé si intentas suicidarte”.

Una mentalidad preparada para la misión

Ese equilibrio era exactamente lo que buscaba la ONU. La MONUSCO, su operación de mantenimiento de la paz en la República Democrática del Congo, buscaba a alguien que pudiera encontrar el equilibrio entre la seguridad y los derechos humanos. “La competencia no tiene género”, afirma, con la serenidad de quien ha presenciado el fraguado del hormigón en tiempo real.

Kemi llegó a Kinshasa, la capital congoleña, con un mandato que, en teoría, parecía administrativo: ayudar a reformar el debilitado sistema penitenciario del país. En la práctica, significaba rediseñar el panorama cotidiano del encarcelamiento en un estado posconflicto: tubería por tubería, puerta por puerta.

Cambio de mentalidad

Sabía que la reforma penitenciaria debía comenzar con los planos. El equipo penitenciario de MONUSCO se reunió con las autoridades nacionales para defender las Reglas de Mandela y las Reglas de Bangkok, normas internacionales que exigen un trato humano a los reclusos y prácticas de detención con perspectiva de género. Sin embargo, se encontraron con resistencia y una visión limitada de lo que podía ser una prisión.

“No entendían por qué necesitábamos incluir una biblioteca o un taller en el diseño”, recuerda Kemi. Así que probó un enfoque diferente. Cuando las prisiones tienen polideportivos, les explicó, las reclusas están más sanas porque ejercitan sus cuerpos. “Y con una biblioteca”, añadió, “pueden dedicar su tiempo a leer en lugar de pensar en cómo escaparse”.

El mensaje finalmente caló hondo. Ella y sus colegas elaboraron un plan para nuevas instalaciones en todo el país y mapearon las existentes, decidiendo cuáles rehabilitar y cuáles descartar.

Durante el proceso, insistió en construir prisiones separadas para mujeres. “No se trata de tener solo un bloque de mujeres en una prisión de hombres”, argumenta; esa es una receta para exponer a las mujeres a la explotación y la violencia sexual. Cuando la separación total no fue posible, impulsó la construcción de vallas y pasillos independientes.

Olukemi Ibikunle (centro) organiza un taller de sastrería para apoyar la reintegración de mujeres detenidas en el este de la República Democrática del Congo.

Romper los moldes

Al principio, Kemi ignoró los comentarios sexistas habituales. ¿Quién era esa “chica bajita” que quería ver recibos, inspeccionar varillas, cuestionar la proporción de arena y cemento y verificar las calificaciones de los trabajadores? Su yoruba nativo, e incluso su inglés nigeriano, no le sirvieron de nada. Aprendió el francés técnico sobre la marcha —armatures, agglo, dalles— y utilizó el repertorio de precios congoleño para desinflar las ofertas infladas. “Esto está sobrevalorado”, decía. “Podemos recortar este presupuesto”.

Se suponía que una obra tendría aire acondicionado en toda su extensión, pero el constructor apareció con ventiladores de pie. “Saqué el documento del proyecto… trois climatiseurs”, rememora, trazando una línea en el aire, como lo hacía entonces, con el bolígrafo. Caso cerrado. Finalmente, cuando los contratistas llamaron a Kinshasa para quejarse, recibieron la misma respuesta: “Habla con Kemi”.

Cuando llegaron los rebeldes

Para 2023, Kemi ya había sido desplegada al este del país, en la provincia de Kivu del Sur. En la ciudad de Kabare supervisó la construcción de un centro de alta seguridad de 850.000 dólares, diseñado para albergar a “personas difíciles”, muchas de ellas vinculadas a grupos armados. Se trataba de un proyecto a gran escala. Supervisaba el lugar día tras día, recorriendo 20 kilómetros de ida y vuelta desde Bukavu, la capital provincial.

Luego, en enero, la milicia M23 lanzó una gran ofensiva en la zona. En virtud de un acuerdo con Kinshasa, MONUSCO había retirado a sus fuerzas de paz de Kivu del Sur el año anterior, dejando únicamente a su equipo penitenciario. Las tropas de la ONU permanecieron estacionadas únicamente en las provincias cercanas de Kivu del Norte e Ituri. Para cuando los rebeldes liderados por los tutsis llegaron a las afueras de Bukavu, Kemi era la única que quedaba de la misión.

La evacuación del personal extranjero fue caótica. “Tuvimos que cruzar las fronteras terrestres sin ninguna logística de la ONU, cada uno encontrando su propia salida, de alguna manera”, apunta. Los combatientes del M23, respaldados por la vecina Ruanda, habían tomado el control del lago Kivu, imposibilitando la navegación fluvial. Con solo una mochila, consiguió que la llevaran dos colegas defensores de derechos humanos justo antes de que la ciudad cayera.

Por el camino, su esposo no dejaba de enviarle mensajes por WhatsApp: ¿Dónde estás? ¿Estás bien? Para no preocuparlo, ella simplemente respondió: “Estoy bien”. Solo ahora se permite recordar ese momento. “Fue una época aterradora… los pocos que quedamos nos convertimos en una familia”.

En la frontera con Ruanda, el uniforme de su identificación con foto atrajo una mirada más dura. “Lo miraron y dijeron: ‘Eres policía’. Yo aclaré: ‘No, no soy policía; soy correccional’. Respondieron: ‘¡Es lo mismo, eres policía!’”. La apartaron para interrogarla. Hicieron llamadas. Luego más llamadas. Finalmente, la dejaron pasar.

Ahora estacionada en Beni, una ciudad aún bajo control gubernamental en Kivu del Norte, continúa su trabajo con el equipo penitenciario de MONUSCO. Sin embargo, el gran proyecto penitenciario que una vez supervisó en Kabare sigue suspendido.

Olukemi Ibikunle (centro) supervisa la construcción de una prisión en el este de la República Democrática del Congo.

Reconocimiento a una pionera

Esta semana, la labor de Kemi recibe reconocimiento internacional. Es la galardonada 2025 con el Premio Pionera de las Naciones Unidas para Mujeres Funcionarias de Justicia y Prisiones, un galardón que reconoce a las mujeres que rompen las barreras de género en las operaciones de paz y redefinen el liderazgo tras los muros de las prisiones. Voló a Nueva York para recibirlo este miércoles, en la sede de la ONU.

Para cuando la conocí, en la víspera de la ceremonia, ya era una celebridad local. De camino a nuestra entrevista, un guardia de seguridad de la ONU, también yoruba, la identificó al instante y se acercó a felicitarla.

Uvira: Donde los residuos se convirtieron en combustible

Las historias que más resuenan en su voz son anteriores a la crisis del M23: proyectos tangibles que transformaron silenciosamente la vida en prisión. Entre ellos hay uno que destaca: el sistema de biogás que ayudó a inaugurar en 2021 en la prisión de Uvira, en Kivu del Sur, donde los desechos humanos se convertían en gas para cocinar. Los fuegos de las cocinas ya no se alimentaban de los bosques. Las aguas residuales dejaron de reventar por las tuberías agrietadas. “Se acabó el olor”, acota.

Su equipo capacitó a oficiales y detenidos de larga duración para el mantenimiento del sistema. Tras la retirada de MONUSCO de la provincia, se interrumpió el suministro de agua; se financió un pozo a distancia y se monitoreó mediante videollamadas inestables. En 2024, hizo el viaje de ocho horas para comprobarlo por sí misma. “Mi alegría fue que el sistema de biogás seguía funcionando… Tres años y medio después, todo estaba como lo habíamos dejado”.

Los oficiales le dijeron que la instalación era “a prueba de manipulaciones” y en gran medida autosuficiente. La frase que se le quedó grabada, fue como una bendición: “Esto es lo mejor que han hecho por nosotros”.

Las reclusas de Bukavu

Otro recuerdo —casi trivial en cuanto a costo, pero inmenso en significado— proviene de la prisión de Bukavu, donde se alojaban 80 mujeres y más de 1400 hombres. Cada mañana, los hombres recibían sacos de comida. Las mujeres, relata, simplemente no recibían nada. Los funcionarios le dijeron que sus familias les llevaban comida y que las organizaciones benéficas cubrían las carencias. ¿Para qué gastar las raciones de la prisión en ellas?

Y luego estaba la cocina: una ruina de hollín y estufas rotas, donde cada mujer cocinaba con una sola llama de carbón. Kemi no lo permitió. Reunió 2000 dólares de las partidas presupuestarias sobrantes, compró ollas y cuencos, contrató a un técnico y permaneció a su lado hasta que la cocina recuperó el aliento.

Pero la verdadera batalla era burocrática. Se dirigió al jefe de la prisión y le planteó que el gobierno proporcionaba comida a todos los presos, no solo a los hombres. Durante dos semanas seguidas, se presentó a las 7 de la mañana para asegurarse de que las raciones se repartieran equitativamente. Vio cómo medían los frijoles, moviendo la porción de un cubo a dos, luego a tres, hasta que la equidad se convirtió en algo habitual. “Con el tiempo”, dice, “se convirtió en una norma: por la mañana, los hombres reciben su comida, y las mujeres también”.

Si las mujeres no podían agradecerle en voz alta, lo hacían en silencio: un pequeño pulgar hacia arriba sin palabras cada vez que salía al patio.

El costo de irse

Durante sus misiones, Kemi nunca deja de ser madre, manteniéndose cerca de sus hijos a través de videollamadas de larga distancia. “Hablamos por WhatsApp”, señala. “De camino a la escuela siempre llaman. Incluso en mi vuelo de regreso, tenía wifi, así que pude comunicarme con ellos”. En Lagos, su esposo trabaja desde casa, manteniendo intacto el ritmo familiar.

Cuando se fue por primera vez a la República Democrática del Congo, su hijo de siete años se mostró tranquilo. “¿Te vas mañana? Bueno, nos vemos”, le dijo, mientras su hermana mayor se aferraba a ella, pidiéndole “cinco minutos más”. Pero después del caos de su evacuación de Bukavu, el niño, ahora un adolescente, dejó de fingir. Rompió a llorar. “Puedes venir a casa”, le dijo. “No necesitas trabajar. Papá nos cuidará”. Ella sonrió y le dio la única respuesta que conoce: “No se trata solo de dinero. Se trata de hacer algo por mí y por ti”.

Los detalles más pequeños

Kemi a menudo vuelve a la misma convicción: que la dignidad reside en los detalles más pequeños: una puerta pequeña, una olla, una tubería que no revienta.

Hoy subió al escenario en Nueva York para recibir el Premio Pionero. Durante la ceremonia fue visible: los aplausos, las fotografías, las citas. Luego regresó al trabajo silencioso que la define: el plano, el libro de contabilidad, las revisiones matutinas, y la larga y tenaz labor de demostrar con una cocina reparada y una biblioteca silenciosa, que la paz comienza tras los muros de la prisión.

Source of original article: United Nations (news.un.org). Photo credit: UN. The content of this article does not necessarily reflect the views or opinion of Global Diaspora News (www.globaldiasporanews.net).

To submit your press release: (https://www.globaldiasporanews.com/pr).

To advertise on Global Diaspora News: (www.globaldiasporanews.com/ads).

Sign up to Global Diaspora News newsletter (https://www.globaldiasporanews.com/newsletter/) to start receiving updates and opportunities directly in your email inbox for free.