La isla de Combu se eleva como una pared de verde vivo en medio del río Guamá, en Brasil. Es un testimonio de siglos de convivencia entre el bosque y las comunidades ribereñas. Aquí, el cupuaçu, el taperebá, la pupunha, el araçá y el cacao son más que frutas; son hilos que tejen la cultura, los medios de vida y la identidad locales.
En medio de esta exuberante armonía se guarda un secreto, una moraleja o una verdad, según se mire. Si los políticos desean proteger los bosques del mundo, primero deben salvaguardar a las personas que los sostienen.
Chocolate, comunidad y una visión de futuro
A solo media hora en barco de Belém, la ciudad anfitriona de la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU de este año (COP30), se halla Combu, la sede de la Asociación Filha do Combu, creada por Izete Costa, conocida cariñosamente como Dona Nena. Su iniciativa es la prueba de que las soluciones impulsadas por la comunidad pueden guiar la lucha mundial contra el amenazador cambio climático.
Lo que comenzó como un modesto esfuerzo por convertir los conocimientos tradicionales en ingresos se ha convertido en una empresa próspera. Dona Nena comenzó con la producción a pequeña escala de chocolate con cacao amazónico, que vendía en ferias locales, antes de completar una formación profesional para ampliar su negocio.
Hoy en día, dirige una pequeña fábrica y un programa turístico que invita a los visitantes a ver cómo se elabora el chocolate en la selva tropical. De los 20 trabajadores empleados en la planta, 16 son mujeres.
El sistema de producción es agroecológico: las especies autóctonas colaboran para reforzar los rendimientos. Por ejemplo, se plantan hileras de plataneros para atraer a las abejas polinizadoras, esenciales para el cacao.
«Normalmente enriquezco el bosque con lo que funciona bien, porque aquí no talamos el bosque para plantar árboles», nos contó Dona Nena. «Trabajamos con el bosque en pie y buscamos y plantamos árboles donde hay un declive natural».
La presidenta de la Asamblea General, Annalena Baerbock, degustando cacao de la isla de Combu, cerca de Belém.
Energía solar y ampliación
La fábrica de chocolate, cuyos productos se venden en todo Brasil, funciona ocho horas al día con energía solar. Pero los cortes de electricidad siguen siendo un reto. Cuando un árbol caído corta la electricidad, las máquinas pueden permanecer inactivas durante días. Dona Nena espera duplicar la capacidad solar para evitar daños y mantener la producción estable.
Lidiar con una red eléctrica inestable es una cosa, pero Combu tampoco es inmune a los efectos del clima. Recientemente, las cosechas de cacao se han reducido; los frutos y los árboles se están secando, encogiendo y deformando. Y el temor a perder el acceso al agua potable crece día a día. A pesar de ser la temporada de lluvias, no ha caído ni una sola gota en Combu en más de 15 días, dijo Dona Nena.
De soluciones locales a la acción mundial
En este frágil equilibrio Annalena Baerbock, presidenta de la Asamblea General de las Naciones Unidas visitó la semana pasada la comunidad. Esta es su segunda visita a Combu después de conocer a Dona Nena como ministra de Asuntos Exteriores de Alemania.
A su llegada, Baerbock declaró a UN News que se alegraba de ver que el proyecto prosperaba, generando «cadenas de producción (…) en el corazón de las comunidades regionales [para que] los beneficios [puedan quedarse aquí] para los indígenas, para la población local».
Para Baerbock, la iniciativa es la prueba de que ya existen soluciones reales, soluciones que unen el crecimiento económico, el desarrollo sostenible y la lucha contra la crisis climática. Destacó que conectar estos modelos a gran escala es esencial para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, idealmente en 1,5 °C.
«La destrucción de los bosques es la destrucción del seguro de vida de la humanidad», advirtió, y añadió: «La COP30 tiene que ser una COP en la que demostremos al mundo que, especialmente en tiempos geopolíticos difíciles, la gran mayoría de los países, pero también las personas que rodean a las empresas y los actores financieros, están uniendo sus fuerzas para luchar contra la crisis climática y, con ello, lograr un crecimiento sostenible para todos».
La presidenta de la Asamblea General, Annalena Baerbock, se reúne con la empresaria brasileña Dona Nena en la isla de Combu, cerca de Belém.
Lecciones del bosque
Después de probar frutas amazónicas y varias recetas de chocolate preparadas in situ, Dona Nena llevó a Baerbock por un sendero a través del bosque, donde ambas se habían reunido con un grupo de mujeres productoras dos años antes.
Hablaron del énfasis del proyecto en el empoderamiento de las mujeres que venden sus productos a través de la Asociación Filha do Combu. Dona Nena destacó que las mujeres aportan una energía única de cuidado y dedicación que determina la calidad del chocolate.
A lo largo del sendero, el propio bosque ofrecía simbolismo. Juntas, observaron un árbol taperebá que moría lentamente bajo el yugo de una enredadera parásita.
Dona Nena comentó que, una vez que el árbol muera, la enredadera también morirá, privada de su única fuente de nutrientes. Baerbock reflexionó que se trataba de una lección diplomática encubierta, que incluso podría relacionarse con las emisiones que están devastando el planeta.
Pero el bosque también ofrecía esperanza. Se detuvieron ante un sumaúma, un gigante del Amazonas que se cree que tiene más de 280 años. Estos árboles pueden alcanzar los 70 metros de altura y han sido testigos de siglos de historia, y podrían serlo durante siglos más, si la COP30 tiene éxito.
Source of original article: United Nations (news.un.org). Photo credit: UN. The content of this article does not necessarily reflect the views or opinion of Global Diaspora News (www.globaldiasporanews.net).
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