En una mañana soleada frente a la costa de Villefranche-sur-Mer, el Sagitta III surca las aguas cobalto del Mediterráneo, dejando atrás los tranquilos puertos y las terrazas rodeadas de pinos de la Costa Azul francesa. La embarcación científica, bautizada con el nombre de un temible zooplancton con mandíbulas en forma de anzuelo, avanza a toda velocidad hacia una solitaria boya amarilla que se balancea mar adentro.

A lo lejos, la ciudad turística brilla como un espejismo de villas de colores pastel y torres de iglesias aferradas a los acantilados. Pero a bordo del Sagitta III, el romanticismo termina en la borda. Lionel Guidi, un científico local del Laboratorio Oceanográfico de Villefranche (LOV), mira al mar con una intensidad practicada.

Ha venido a pescar plancton.

“¡Hay vida!” grita la técnica marina Anthéa Bourhis

A su alrededor, una veterana tripulación se mueve con precisión, bajo el puño de hierro del capitán Jean-Yves Carval. “El plancton es frágil”, advierte el marinero, que lleva casi 50 años navegando cargueros, arrastreros y, ahora, barcos científicos. “Si vas demasiado rápido, haces compota”.

La embarcación aminora la marcha al llegar a la boya, un lugar de muestreo donde Guidi y sus colegas del LOV llevan décadas recopilando datos marinos a diario.

Bajo cubierta, jefe mecánico del barco, Christophe Kieger, prepara un gran cabrestante, que enrolla un cable 3000 metros. Este se despliega, enviando una red de malla fina, cada poro no más ancho que un grano de sal, a la deriva hacia las profundidades. Lentamente, se hunde hasta los 76 metros.

Minutos después, la red sale a la superficie cargada de una sustancia gelatinosa de color marrón.

“¡Hay vida!”, grita Anthéa Bourhis, una técnica bretona de 28 años, mientras transfiere cuidadosamente el contenido a un cubo de plástico.

Efectivamente, esa captura contiene algo más que agua de mar y limo. Es la materia prima del pasado del planeta, y quizá de su futuro.

Una tendencia preocupante

El plancton es el corazón del océano. Estos minúsculos organismos absorben dióxido de carbono, liberan oxígeno y sustentan toda la cadena alimentaria marina. Sin ellos, la vida tal como la conocemos no existiría.

Pero, ¿qué es el plancton?

No es una sola criatura, sino un vasto elenco de nómadas marinos, todos unidos por un rasgo: no pueden nadar contra la corriente. Van a la deriva con las mareas y los remolinos, siguiendo corrientes invisibles que gobiernan sus vidas. Algunas no son más grandes que una mota de polvo; otras, como las medusas, pueden tener más de un metro de ancho.

Hay dos tipos principales. Los que aprovechan la luz solar: el fitoplancton, plantas marinas microscópicas que realizan la fotosíntesis como la naturaleza terrestre y que, a lo largo de la historia, han producido más de la mitad del oxígeno que respiramos. Y los que se alimentan: el zooplancton, animales diminutos que se alimentan de sus primos vegetales, se cazan entre sí y se convierten en presas para peces, ballenas y aves marinas.

En el Laboratorio Oceanográfico de Villefranche, los científicos llevan décadas rastreando a estas criaturas. Sus muestreos diarios, realizados a pocas millas de la costa, han dado lugar a uno de los registros continuos de plancton más largos del mundo.

Y ese récord muestra ahora signos de estrés.

“En nuestro centro de observación, la temperatura de la superficie ha aumentado aproximadamente 1,5 grados centígrados en los últimos 50 años”, explica Lionel Guidi a Noticias ONU. “Hemos observado un descenso general de la producción primaria de fitoplancton”.

Las consecuencias podrían ser de gran alcance. El fitoplancton constituye la base del ecosistema marino, y una disminución de su número podría desencadenar un efecto cascada, perturbando el zooplancton, las poblaciones de peces y la biodiversidad oceánica en su conjunto.

También podría debilitar su capacidad de absorber dióxido de carbono, extrayéndolo de la atmósfera y transportándolo a las profundidades, lo que los científicos llaman “la bomba biológica”, uno de los reguladores naturales del clima más vitales de la Tierra.

Diminutos alienígenas

De vuelta al LOV, con el Sagitta III descansando en su amarradero, Lionel Guidi señala la muestra del día. “Todo empieza con el plancton”, dice el científico, que antes de llegar a Villefranche realizó investigaciones marinas en Texas y Hawai.

Mientras tanto, Anthéa Bourhis, la joven técnica, se ha puesto una bata blanca de laboratorio y está inclinada sobre la captura de la mañana. Fija la muestra en formaldehído, una sustancia química, que almacenará el zooplancton pero también lo matará. “Si se mueven, se estropea el escáner”, explica.

Una vez inmóviles, los pequeños animales se introducen en un escáner. Lentamente, las formas florecen en la pantalla de Bourhis, a medida que aparecen flotando unos copépodos increíblemente gráciles, translúcidos y parecidos a gambas, con antenas.

“Miras a través del microscopio y hay todo un mundo”, dice el especialista en plancton Lionel Guidi

“Tenemos algunos muy guapos”, dice sonriendo.

Comienza a transferir las imágenes digitales a una base de datos operada por inteligencia artificial capaz de clasificar el zooplancton por grupos, familias y especies.

“Tienen extremidades por todas partes”, añade Lionel Guidi. “Brazos apuntando en todas direcciones”.

Una de estas criaturas de las profundidades marinas, llamada Phronima, incluso inspiró al monstruo de la película Alien, de Ridley Scott, de 1979. “Miras por el microscopio”, dice Guidi, “y hay todo un mundo”.

De la ciencia a la política

La investigación a largo plazo de LOV es importante, porque capta tendencias que abarcan años e incluso décadas, ayudando a los científicos a distinguir los ciclos naturales de los cambios provocados por el clima.

“Cuando explicamos que, si no hay más plancton, no hay más vida en el océano. Y si no hay más vida en el océano, la vida en tierra tampoco durará mucho más, entonces de repente la gente se interesa mucho más por qué es importante proteger el plancton”, afirma Jean-Olivier Irisson, otro especialista en plancton del LOV.

La semana que viene, a sólo 15 minutos de la costa, la ciudad de Niza acogerá la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos (UNOC3), una cumbre de cinco días que reunirá a científicos, diplomáticos, activistas y empresarios para trazar el rumbo de la conservación marina.

Una de las prioridades de la reunión es avanzar en el compromiso “30 para 30”, que consiste en proteger el 30% de los océanos para 2030, y acercarse a la ratificación del histórico Tratado de Alta Mar o Acuerdo BBNJ para salvaguardar la vida en aguas internacionales.

Guidi subrayó la urgencia de estos esfuerzos liderados por la ONU: “Todo esto hay que pensarlo con gente capaz de hacer leyes, pero basadas en razonamientos científicos”.

No pretende ser él quien redacte las políticas, pero sabe dónde encaja la ciencia. “Transmitimos resultados científicos; tenemos pruebas de un fenómeno. No son opiniones, son hechos”.

Así, en Villefranche, Lionel Guidi, Anthéa Bourhis y el capitán Jean-Yves Carval continúan su trabajo sacando vida del mar, capturándola en píxeles, contando sus miembros y compartiendo sus datos con científicos de todo el mundo. De este modo, no sólo cartografían un océano amenazado, sino los hilos invisibles que unen la vida misma.

Source of original article: United Nations (news.un.org). Photo credit: UN. The content of this article does not necessarily reflect the views or opinion of Global Diaspora News (www.globaldiasporanews.net).

To submit your press release: (https://www.globaldiasporanews.com/pr).

To advertise on Global Diaspora News: (www.globaldiasporanews.com/ads).

Sign up to Global Diaspora News newsletter (https://www.globaldiasporanews.com/newsletter/) to start receiving updates and opportunities directly in your email inbox for free.